En torno a los dos años, nuestros hijos viven y nos hacen padecer a los padres una de las etapas más difíciles de soportar. Las rabietas de nuestros hijos pueden durar más o menos en el tiempo y ser más o menos acusadas, pero en cualquier caso serán un entrenamiento excelente para poner a prueba nuestra paciencia.
Nos sorprende ver cómo nuestros hijos experimentan unos cambios de humor tan bruscos, muestran tanta rebeldía y tienen reacciones tan violentas. Nos preguntamos por qué nuestro dulce niño, el mismo angelito que hace unos meses tenía el carácter más dulce y alegre que podáis imaginar, parece ser objeto de algún tipo de desorden afectivo. Sus repetidas rabietas, aparte de sernos bochornosas, sobre todo en público, pueden dejarnos sin saber cómo reaccionar y controlar la situación.
Yo, al igual que muchos de vosotros, me he preguntado qué es lo que produce esas reacciones tan exageradas. ¿Cuándo se producen la mayoría de estas indeseables situaciones? Estas pataletas suelen tener como preludio cualquier tipo de contrariedad, bien sea por la prohibición de coger algún objeto no apropiado para él, bien por no consentirle en sus apetencias o actitudes, o bien por enfadarle por algún motivo sin importancia para nosotros.
Comentando un día este asunto con una amiga y educadora infantil, me habló de que esta etapa era una especie de adolescencia en la que se estaban produciendo cambios cognitivos y madurativos en nuestro pequeño, lo cual producía estos estados caóticos en su comportamiento. Nuestros niños se reconocen como individuos únicos, empiezan a definir su personalidad, y, lo que ahora nos ocupa, miden sus fuerzas con nosotros y aprenden a establecer los límites de sus próximas actuaciones.
¿Qué hacer entonces? De momento, dar sentido a estos comportamientos ya es un paso importante. Creo que en esos momentos debemos ser firmes, cada uno como mejor pueda, haciendo que nuestro pequeño vaya reconociendo, quizás no ahora pero sí en el futuro, cuáles son los límites que vamos a marcar para educarles. Nuestra actuación podría variar según las situaciones, habrá momentos en que lo mejor sea ignorarles, otros, mejor tranquilizarles, otros reprenderles o castigarles. Lo principal es que nosotros mismos como sus educadores tengamos las ideas claras de cómo queremos moldear a nuestro hijo y, para sobrellevar estos enfados, armarnos de paciencia y esperar a que serene.
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